LA NUEVA NOBLEZA
Los que me conocen saben que no suelo utilizar este espacio para hacer declaraciones políticas, y menos de política partidaria, pero creo que este tema –si bien es claramente de política- ha pasado a ser educativo, que es de lo que habitualmente hablo, pues hemos logrado que nuestros jóvenes se acostumbren a pensar y a vivir exactamente igual a la manera de vivir que se tenía en épocas de Luis XIV en Francia: admitir sin cuestionar que existe una clase privilegiada –yo diría casi una casta- que goza de una serie de privilegios sobre los ciudadanos comunes, que pueden legislar sobre lo que se les ocurra y todos lo aceptamos sin chistar.
La famosa frase –el Estado soy yo- que en su momento dejó claro quién tenía el poder, hoy podrían pronunciarla los nuevos nobles –los políticos, sean del partido que sean- con el mismo grado de veracidad que en su momento lo realizó el Rey Sol. El poder nunca fue del pueblo: primero fue de los reyes, que lo recibián por «elección divina» y ahora de los políticos, que lo adquieren por «elección popular».
La Constitución, ese documento que defendía a los ciudadanos del Estado –o más bien de los que ejercían el gobierno- pasó a ser letra absolutamente muerta.
La nueva Nobleza, los políticos, gozan de los siguientes privilegios que creo que nadie les otorgó (desde luego que la lista no es exhaustiva): se fijan sus propios sueldos, generalmente mucho mayores a los que ganarían en un trabajo de iguales requerimientos. Pueden nombrar asesores e inventar secretarías, direcciones, etc. y nombrar en ellos a los empleados que se les ocurra, generalmente sus amigos o parientes y no personas idóneas –como graciosamente marca la Constitución Nacional-. Les pagamos los autos en los que se trasladan, los choferes, los teléfonos, los viajes, en muchos casos las comidas. Tienen lugares exclusivos reservados en la vía pública para su estacionamiento exclusivo o carteles para estacionar o circular por donde quieran, mientras el ciudadano normal debe pagar un estacionamiento o dar vueltas durante minutos hasta conseguir uno en la calle: desde luego que parte de los impuestos que crean para lograr la “distribución equitativa” van a pagar estos privilegios. Los políticos actuales gozan de privilegios, son sorprendentemente equiparables con los que tenía la nobleza europea en los siglos XVII y XVIII.
Permanecen en sus “trabajos” por un tiempo determinado –y en algunos casos de por vida- aunque sean unos inútiles: en un trabajo común, probablemente no durarían una semana.
Muchos de ellos –la mayoría- no trabajaron en su vida; dicen representar al pueblo que trabaja pero no tienen la más remota idea de qué se trata realmente trabajar.
En muchos casos tienen fueros que les impide ir presos aunque la justicia los haya condenado en varias instancias.
Legislan sobre el transporte público pero jamás se han subido a un colectivo o a un tren, legislan sobre jornadas laborales que jamás han cumplido. Creen que la mayoría de los ciudadanos somos una manga de ignorantes a los que “hay que proteger” generando ridículas leyes sobre si puede o no haber sal sobre una mesa, dónde podemos estacionar aunque no molestemos a nadie o cuánto debe durar un contrato de alquiler, es decir, generando políticas públicas paternalistas para hacernos pensar lo menos posible, como si alguna vez “el pueblo” les hubiera delegado esas responsabilidades.
He visto cosas tan ridículas como una ciudad que legisló que en cualquier edificio que se construyera, al menos uno de los baños de cada departamento debía tener un bidé: ni Luis XIV se hubiera animado a indicarle a sus súbditos cómo debían limpiarse la cola. Otras ciudades turísticas donde la legislación dice que si uno tiene más de una casa sólo puede alquilar una para turismo –que desde luego debe estar habilitada por el municipio- ¿Será una “industria ilícita” alquilar más de una casa?. O que en esas casas, para poder habilitarlas, no se puede poner un sillón cama en el living. ¿Quién les dio la autoridad para legislar sobre esos asuntos? Pero claro, son privilegiados que no deben rendir cuentas a nadie y pueden hacer que la gente pierda plata sin que a ellos los afecte.
Hablan de “hicimos tal cosa” como si la hubieran hecho con su propio dinero, intentando convencernos de que son los artífices de las obras públicas, los subsidios y las prebendas que otorgan a otros.
No se jubilan como el trabajador normal, sino que reciben jubilaciones “de privilegio” por haber sencillamente –en el mejor de los casos- cumplido con su deber como cualquier otro trabajador.
Barón, Duque, Conde o Rey se han convertido en Concejal, Diputado, Senador, Juez, Ministro o Presidente, a quienes muchos deben rendir pleitesía como a los del pasado ya que sus vidas dependen de ellos, pero son tan títulos de nobleza como los de hace cuatro siglos. Yo pensaba que nuestra Constitución decía que en la Nación Argentina no existen los títulos de nobleza…craso error.
Para un docente, la manera de rebelarse a la existencia de esta “nueva nobleza” es enseñar a los alumnos que todos somos iguales, y enseñarles a protestar civilizada y pacíficamente contra cosas tan elementales como que para conseguir un empleo de conductor profesional hay que presentar un certificado de antecedentes penales y para ser diputado nacional no. No se puede ser directora de una escuela sin título docente, pero se puede ser Ministro de Educación sin título secundario.
En su momento, los privilegios de la nobleza se acabaron violentamente con la revolución francesa. ¿Cómo lograremos terminar con los privilegios de esta “nueva nobleza”? Lo ignoro, pero esperemos lograrlo de una manera menos violenta pero más eficiente. Porque lo malo, es que la “nueva nobleza” se reproduce mucho más rápidamente que la original…