LA NUEVA NOBLEZA



Los que me conocen saben que no suelo utilizar este espacio para hacer declaraciones políticas, y menos de política partidaria, pero creo que este tema –si bien es claramente de política- ha pasado a ser educativo, que es de lo que habitualmente hablo, pues hemos logrado que nuestros jóvenes se acostumbren a pensar y a vivir exactamente igual a la manera de vivir que se tenía en épocas de Luis XIV en Francia: admitir sin cuestionar que existe una clase privilegiada –yo diría casi una casta- que goza de una serie de privilegios sobre los ciudadanos comunes, que pueden legislar sobre lo que se les ocurra y todos lo aceptamos sin chistar.



La famosa frase –el Estado soy yo- que en su momento dejó claro quién tenía el poder, hoy podrían pronunciarla los nuevos nobles –los políticos, sean del partido que sean- con el mismo grado de veracidad que en su momento lo realizó el Rey Sol. El poder nunca fue del pueblo: primero fue de los reyes, que lo recibián por «elección divina» y ahora de los políticos, que lo adquieren por «elección popular».

La Constitución, ese documento que defendía a los ciudadanos del Estado –o más bien de los que ejercían el gobierno- pasó a ser letra absolutamente muerta.

La nueva Nobleza, los políticos, gozan de los siguientes privilegios que creo que nadie les otorgó (desde luego que la lista no es exhaustiva): se fijan sus propios sueldos, generalmente mucho mayores a los que ganarían en un trabajo de iguales requerimientos. Pueden nombrar asesores e inventar secretarías, direcciones, etc. y nombrar en ellos a los empleados que se les ocurra, generalmente sus amigos o parientes y no personas idóneas –como graciosamente marca la Constitución Nacional-. Les pagamos los autos en los que se trasladan, los choferes, los teléfonos, los viajes, en muchos casos las comidas. Tienen lugares exclusivos reservados en la vía pública para su estacionamiento exclusivo o carteles para estacionar o circular por donde quieran, mientras el ciudadano normal debe pagar un estacionamiento o dar vueltas durante minutos hasta conseguir uno en la calle: desde luego que parte de los impuestos que crean para lograr la “distribución equitativa” van a pagar estos privilegios. Los políticos actuales gozan de privilegios, son sorprendentemente equiparables con los que tenía la nobleza europea en los siglos XVII y XVIII.
Permanecen en sus “trabajos” por un tiempo determinado –y en algunos casos de por vida- aunque sean unos inútiles: en un trabajo común, probablemente no durarían una semana.

Muchos de ellos –la mayoría- no trabajaron en su vida; dicen representar al pueblo que trabaja pero no tienen la más remota idea de qué se trata realmente trabajar.

En muchos casos tienen fueros que les impide ir presos aunque la justicia los haya condenado en varias instancias.

Legislan sobre el transporte público pero jamás se han subido a un colectivo o a un tren, legislan sobre jornadas laborales que jamás han cumplido. Creen que la mayoría de los ciudadanos somos una manga de ignorantes a los que “hay que proteger” generando ridículas leyes sobre si puede o no haber sal sobre una mesa, dónde podemos estacionar aunque no molestemos a nadie o cuánto debe durar un contrato de alquiler, es decir, generando políticas públicas paternalistas para hacernos pensar lo menos posible, como si alguna vez “el pueblo” les hubiera delegado esas responsabilidades.

He visto cosas tan ridículas como una ciudad que legisló que en cualquier edificio que se construyera, al menos uno de los baños de cada departamento debía tener un bidé: ni Luis XIV se hubiera animado a indicarle a sus súbditos cómo debían limpiarse la cola. Otras ciudades turísticas donde la legislación dice que si uno tiene más de una casa sólo puede alquilar una para turismo –que desde luego debe estar habilitada por el municipio- ¿Será una “industria ilícita” alquilar más de una casa?. O que en esas casas, para poder habilitarlas, no se puede poner un sillón cama en el living. ¿Quién les dio la autoridad para legislar sobre esos asuntos? Pero claro, son privilegiados que no deben rendir cuentas a nadie y pueden hacer que la gente pierda plata sin que a ellos los afecte.

Hablan de “hicimos tal cosa” como si la hubieran hecho con su propio dinero, intentando convencernos de que son los artífices de las obras públicas, los subsidios y las prebendas que otorgan a otros.

No se jubilan como el trabajador normal, sino que reciben jubilaciones “de privilegio” por haber sencillamente –en el mejor de los casos- cumplido con su deber como cualquier otro trabajador.

Barón, Duque, Conde o Rey se han convertido en Concejal, Diputado, Senador, Juez, Ministro o Presidente, a quienes muchos deben rendir pleitesía como a los del pasado ya que sus vidas dependen de ellos, pero son tan títulos de nobleza como los de hace cuatro siglos. Yo pensaba que nuestra Constitución decía que en la Nación Argentina no existen los títulos de nobleza…craso error.

Para un docente, la manera de rebelarse a la existencia de esta “nueva nobleza” es enseñar a los alumnos que todos somos iguales, y enseñarles a protestar civilizada y pacíficamente contra cosas tan elementales como que para conseguir un empleo de conductor profesional hay que presentar un certificado de antecedentes penales y para ser diputado nacional no. No se puede ser directora de una escuela sin título docente, pero se puede ser Ministro de Educación sin título secundario.

En su momento, los privilegios de la nobleza se acabaron violentamente con la revolución francesa. ¿Cómo lograremos terminar con los privilegios de esta “nueva nobleza”? Lo ignoro, pero esperemos lograrlo de una manera menos violenta pero más eficiente. Porque lo malo, es que la “nueva nobleza” se reproduce mucho más rápidamente que la original…

¿Aprobar o Aprender?

El Ministro de Educación de la Nación acaba de anunciar que el Consejo Federal de Educación resolvió que este ciclo lectivo –dadas las particulares circunstancias de la cuarentena- ningún alumno repetirá el curso y se hará una especie de “unidad pedagógica” entre el 2020 y el 2021.
Al margen, este Consejo debería llamarse “Organismo Resolutivo Interprovincial del Política Educativa”, ya que ni es Consejo (porque no aconseja, sino que resuelve), no es Federal (porque si bien están representadas todas las jurisdicciones, al tener sus resoluciones fuerza de ley obligan a todas las provincias aunque no estén de acuerdo a hacer lo que el Consejo “manda”, cosa que no respeta demasiado el Federalismo) ni es de Educación (ya que lo que trata acerca de políticas educativas que rara vez tienen que ver con la educación real: es como pensar que una ley de tránsito que ponga seguro obligatorio hará que los conductores sean mejores o peores: que haya seguro obligatorio es algo lógico, pero eso no mejora el manejo de los conductores.)
Si bien es la primera vez que a lo largo de todo el país se da una circunstancia de este tipo, donde las clases presenciales son reemplazadas por un tipo de educación de emergencia sanitaria (que no es educación virtual, por motivos que explicaré más adelante) sí ha sucedido que jurisdicciones que han permanecido sin ningún tipo de clases por más de la mitad el período escolar, (recuerdo el caso de Corrientes en los 90 y últimamente en de Santa Cruz) le han dado el año por aprobado a todos los alumnos.
Es cierto que esta pandemia nos tomó a todos por sorpresa. Es cierto que los docentes hicimos lo que pudimos para mantener la continuidad pedagógica de nuestros alumnos pero, como decía más arriba, esto no es educación virtual por varios motivos:
a. No todos los alumnos cuentan con conexión o equipos que les permitan mantenerse conectados virtualmente.
b. La educación virtual tiene un tipo de planificación propia, muy distinta a la presencial. No se trata de una educación presencial “adaptada” sino de algo totalmente distinto, con planificaciones, objetivos, dinámicas y evaluaciones que poco tienen que ver con la educación presencial.
Por otro lado, la extensión “quincenal” de la cuarentena, si bien las primeras 2 o tres veces fue entendible, en el ámbito educativo dejó de tener sentido cuando cualquiera con dos dedos de frente se daba cuenta que el tema iba para largo…muy largo. Tanto que es probable que en algunos niveles o jurisdicciones no haya clases presenciales en todo este ciclo lectivo.
Perdón por el ejemplo no educativo, pero me parece válido. Vivo en un departamento. Si me dicen que el agua va estar cortada por tres días, compro agua mineral, lleno la bañera y un par de baldes para abastecer los inodoros y arreglo con un amigo para ir a ducharme a su casa. Si a los tres días me dicen que serán otros tres días más, vuelvo a hacer lo mismo si es que aún conservo agua en la bañera. Si pasados esos 6 días me dicen que son otros días, ya pienso en otras estrategias. Ahora, si de entrada me avisan que van a ser 150 o 200 días sin agua, hablo con el consorcio para que contratemos un camión que diariamente nos llene los tanques al menos una vez al día.
Si pasado el primer mes, las autoridades educativas hubieran “blanqueado” lo que muchos imaginábamos, podríamos haber parado una semana o 15 días para ver cómo transformar esa “Educación de Emergencia Sanitaria” en “Educación a distancia plurimodal” (para salvar el punto a. descripto más arriba).
Eso hubiera permitido, entre otras cosas, generar tipos de evaluación adecuados a estas circunstancias y tipo de Educación, que nos permita evaluar si los alumnos están realmente aprendiendo, qué y cómo están aprendiendo y qué es lo que falta para que aprendan lo que deben aprender.
Lo importante no es que el alumno apruebe. Lo importante es que el alumno aprenda. Si el alumno realmente aprende, es absolutamente secundario si aprueba o no.
Y, si hiciéramos las cosas bien, deberíamos estar preocupadísimos por si los alumnos están aprendiendo y generando evaluaciones adecuadas a estas circunstancias, y no resolverlo con un simple “nadie va a repetir este año” como si eso fuera una solución para quienes no están aprendiendo.
Al margen, varios profesores de educación secundaria, me han comentado que si ya les costaba motivar a sus alumnos, con este anuncio y sabiendo que da lo mismo hacer las tareas que no hacerlas, porque “nadie va repetir” les va a costar más que sus alumnos hagan las cosas.
No debería preocuparnos si los alumnos aprueban o no. Lo que debería llevar nuestra atención, y por lo tanto nuestra energía, es evaluar si nuestros alumnos están aprendiendo o no.

EDUCACIÓN EN TIEMPOS DE PANDEMIA

Son muy pocas las escuelas –en Argentina y en el mundo- que están preparadas para transitar exitosamente una prolongada cuarentena, manteniendo la calidad educativa y el nivel de aprendizaje de los alumnos.
Pero independientemente de las realidades tecnológicas, que muchas veces son escasas o inexistentes, hay un problema más de fondo que es la formación de los docentes para lo que es educación virtual.
Consultando con amigos, y también producto de mi propia experiencia familiar, he notado con tristeza que incluso escuelas que cuentan con los recursos tecnológicos adecuados, siguen brindando lo que podríamos llamar “educación tradicional” a través de medios virtuales. Mandan PDFs para leer, o videos para ver, seguidos de un cuestionario para que el alumno complete. Es más, en algunos de los casos –diría que bastantes- les piden que “copien en la carpeta” lo que acaban de enviar por mail al docente. ¿Motivo? Lo ignoro (¿será para tener la “carpeta completa”?) Es más, en muchos casos piden que las tareas estén realizadas “para cuando las clases comiencen de nuevo” (como si la “educación virtual” no fuera también “clases”).
Desde luego que hay excepciones y hay docentes que están haciendo muy bien, pero creo que es muy importante recordar una consigna:
Una clase virtual no es igual a una clase presencial sin el alumno delante.
Esto parece una obviedad, pero en la práctica es lo que está sucediendo.
A lo que hay que sumarle que dadas las circunstancias de la pandemia, hay varios chicos y sus padres en la casa, en general compartiendo equipos (en el caso de que los tengan), que no es lo mismo que si un alumno estuviera enfermo en su casa y le envían material de trabajo.
Mandar a leer un texto o ver un video y luego responder preguntas cuyas respuestas están incluidas en el texto no tiene el menor sentido en la educación virtual (y para ser honesto creo que tampoco en la presencial).
En cambio, si mandamos actividades que puedan ser compartidas en familia, que generen en el alumno habilidades diferentes a mirar 10 cm hacia arriba y copiar lo que dice un texto, o volver a ver un video y frenarlo cuando está la respuesta que nos interesa, quizá tengamos que mandar menos actividades pero sirvan más para que los alumnos generen actividades.

Sólo a modo de ejemplos, en vez de mandar muchas cuentas poner pocos problemas que le exijan al alumno saber que cuenta debe realizar, y luego realizarla, o en vez de preguntarle quién ganó la batalla de Cancha Rayada preguntar porqué la perdió quien la perdió y qué hubiera tenido que hacer para ganarla, o que tomen de su casa el objeto que más les gusta y hagan un poema dedicado al objeto, o que inventen preguntas sobre la escuela (me refiero a no googleables, del tipo ¿qué árbol hay en el patio? o ¿de qué color son los ojos de la portera?) y a determinada hora hagan una suerte de juego del “preguntados” con sus compañeros de clase con las preguntas que cada uno ha elaborado. O en el caso de los más grandes que generen un debate tomando partido a favor y en contra de determinado tema (por ejemplo “las listas sábana”) y que manden el audio de las conclusiones que sacaron al docente que lo pidió.

No hay que atosigar a los alumnos con cantidades ingentes de tareas. Lo importante es la calidad de las mismas y las habilidades que pueden generar realizándolas.

Esperemos poder adecuarnos lo más rápidamente posible a esta nueva circunstancia que nos toca. Si lo hacemos bien, cuando comiencen las clases presenciales nuevamente, es muy probable que nuestras prácticas docentes hayan mejorado mucho, a pesar de la cuarentena.

¿CÓMO DEBERÍA SER UN PROFESORADO DEL SIGLO XXI?

Que la sociedad ha cambiado radicalmente y que la educación no viene acompañando –y lo que es peor, liderando- este cambio es un hecho incontrastable que todos los expertos afirman continuamente.

Si bien el cambio educativo tiene que producirse simultáneamente en todos los niveles, está claro que mientras la educación inicial de los docentes –hasta ahora llamada profesorados- no tenga un cambio de 180°, será imposible que en los demás niveles se realicen los cambios necesarios para que no se siga sosteniendo un sistema que claramente está agotado.

Lo primero que habría que cambiar –porque las palabras tienen su fuerza- es el nombre: Carrera de Docente Global, o Carrera de Facilitador de Aprendizajes podría ser un buen comienzo, aunque seguro que se pueden conseguir mejores descripciones de lo que debería ser la carrera.

El planteo es que con respecto a la educación inicial de los docentes hay que producir una renovación absoluta de lo que hasta ahora venía realizándose, no solo en nuestro país sino en muchos lugares del mundo, por no decir en todos.

El primer cambio que sería conveniente es que así como socialmente se busca que las personas puedan poner en acción una serie de competencias en sus distintos ámbitos laborales o incluso sociales y familiares, sabiendo que los conocimientos por un lado cambian constantemente y por otro están al alcance de la mano a través de los dispositivos digitales, los actuales profesorados se siguen dividiendo por los niveles en los que tendrán incumbencia los títulos que obtengan cuando se gradúen y, en el caso particular de la secundaria, el área de conocimiento a la que apuntarán. Esta división, además de ser convencional y por tanto arbitraria, no se corresponde con la naturaleza de la docencia y menos con la realidad del mundo actual.

Un docente debe ser primero docente, sin importar la edad de los alumnos con los que trabajará ni el área de conocimiento a la que se abocará cuando se gradúe.

Por ese motivo, para formar un docente global, entendiendo por ésto que no importa la edad de los alumnos con los que va a trabajar o los contenidos específicos con los que logrará sus objetivos sino su competencia para generar aprendizajes de competencias y habilidades en los alumnos que tenga delante, ya sea presencial o virtualmente. Una vez conseguido este objetivo ya tendrá oportunidad de “especializarse” en distintas edades o áreas del conocimiento cuando tenga la necesidad de hacerlo, porque además una de las competencias que habrá adquirido es la de aprender a aprender.

La tradicional división por materias está caduca, así como la asignación de un número de horas determinadas para cada materia. Por eso parece más adecuado que la organización curricular debe estar, por un lado basada en las capacidades que el futuro docente global debe adquirir, y por otro en la puesta en acción de esas habilidades en contextos reales. La acreditación de esas competencias no se realizará en función de las horas que los futuros docentes globales hayan estado “cursando” materias, sino en concordancia con determinados niveles de adquisición de las capacidades, aunque quizá por razones jurídicas y la dificultad del sistema de romper con viejos paradigmas, haya que mantener -al menos formalmente- una determinada cantidad de horas por espacio curricular.

Las calificaciones son absolutamente contrarias al proceso de aprendizaje, por lo que sería recomendable que la acreditación de competencias se realizará a través de rúbricas, aunque luego por razones jurídicas haya que traducir a un número.

Otro de los aspectos que cobra especial importancia es la adquisición o el desarrollo de las habilidades emocionales y socio-afectivas, por lo que se considerarán de mucha importancia a la hora de acreditar a los futuros docentes globales su compromiso y pasión por liderar el cambio hacia un mundo mejor.

La última característica diferencial de estas nuevas instituciones debería ser que dado que la sociedad privilegia el trabajo en equipo y colaborativo, todas las tareas encomendadas a los futuros docentes globales se trabajarán de esa forma, aunque por las exigencias legales del sistema se siguieran manteniendo las acreditaciones individuales.

Reconozco que esto planteo es bastante utópico, pero no por ello menos necesario. Sino, todo seguirá igual…

A nadie le interesa la Educación

Siempre escuchamos o vemos escritas en redes sociales magníficas frases como “La educación es la única solución”, “Esto sólo se arregla con educación”, “Llenemos escuelas para que no se llenen las cárceles” y declamaciones por el estilo, pero la realidad es absolutamente distinta: a nadie le interesa la educación.

La afirmación del título no es nueva para mí: ha sido un hecho en los 45 años que hasta ahora llevo dedicados a esta tarea. Pero también estoy harto de la hipocresía.

Si bien podría dar múltiples ejemplos transcurridos a lo largo de estos años, lo que me llevó a escribir este artículo fue algo que me ocurrió ayer, y que paso a relatarles:

Estoy ayudando a la Fundación Varkey, que ha instituido en el mundo una suerte de Premio Nobel de la Educación (Global Teacher Prize) que consiste en un millón de dólares para quien sea considerado el mejor maestro del mundo. Para ello, los maestros tienen que postularse contado cómo logran cambiar la vida de sus alumnos, pero para ello deben conocer la existencia de este premio. Al margen, las postulaciones se reciben hasta el 14 de octubre, lo mismo que si querés nominar a un gran maestro,  aquí.

Con ánimo de hacerlo conocer, no como única estrategia pero sí como una más, le solicité a algunos twitteros con abundantes seguidores si podían retuitarme o elaborar un tuit propio sobre el tema.

Una famosa personalidad del ambiente cinematográfico recogió el tuit que decía:
Como todos los años en @TeacherPrize están buscando al mejor maestro del mundo para darle un premio de un millón de dólares. ¿Nos ayudás a encontrarlo en Argentina con un RT?
Ya continuación venía un video explicando cómo nominar a un maestro y como postularse en www.globalteacherprize.org/es
Es tuit obtuvo la increíble cantidad de… 5 retuits (sí 5)

 
Veinticuatro horas más tarde, la misma famosa personalidad del ambiente cinematográfico retutiteaba:

Mirufito (nombre figurativo)
@mirufito
Les comento un nuevo emprendimiento que empecéCUIDO A TU MASCOTA,lo llamo por ahora.Te vas de viaje y no tenés quien cuide tu peludin?Te lo cuidamos juntos a mis chiquis.Consulta de precios y demás, XXXXXXXXX es mi WhatsApp. Me ayudan con un retuit? Mil gracias. Nos leemos. (copiado textualmente salvo nombre y teléfono)
¿Adivinan cuántos retutis tuvo éste? Pues va por los 1300 hasta el momento. Y creciendo.
Traducido a datos estadísticos, los perros “garpan” 26.000% (sí, leíste bien) más que la educación.

No nos engañemos. Todos hablamos de la educación pero no nos importa a nadie.
Quizá una prueba más del ello será cuántos comentarios recibirá esta nota. ¿Superará el promedio de 20 que suelen obtener las notas de los diarios que hablan de educación?

Evaluación para el aprendizaje

Dentro de los diversos sistemas educativos nacionales, ya se a por su jurisdicción -Nacional, Provincial o Municipal- o por su nivel -Inicial, Primario, Secundario, Terciario, Universitario o de Posgrado- hay una característica común: todos exigen que se «califique» individualmente con una nota cada determinado período, que de fe de que el estudiante «aprobó» las exigencias de una materia. De esta forma, y siendo muy generoso, podemos decir que esta es una evaluación «del» aprendizaje: se intenta averiguar -y calificar- qué es lo que alumno sabe o no sabe y a partir de ello, otorgarle una nota.

Todos tenemos la experiencia de que esa evaluación del tipo «fotografía» no siempre revela la realidad de nuestros conocimientos o habilidades. A todos nos ha sucedido que «sabemos» muchísimo de alguna materia y por el motivo que fuera -se nos hace una laguna, nos ponemos nerviosos, o nos preguntan de una forma que no entendemos- somos aplazados. Y esto dejando de lado la posible subjetividad de algún docente -quizá sucede más en el nivel universitario- que por x motivo no le caigamos simpáticos y nos exija más que a los demás. En la otra punta, también muchos hemos tenido la experiencia personal o de alguien cercano que «robó» alguna materia, ya sea porque utilizó artilugios no muy éticos -copiarse- o porque justo le tocó el único tema que había estudiado. También todos sabemos que un 7 de un docente es totalmente distinto al 7 de otro docente, por lo que la calificación no parece ser el mejor sistema para saber si un alumno ha adquirido o no determinadas habilidades o aprendido determinados contenidos.

No parece que este tipo de evaluación, orientada a la calificación contribuya a que los alumnos mejoren sus aprendizajes.

Muy distinta es la evaluación «para» el aprendizaje. Se trata de una evaluación continua, sistemática y realizada a través de distintos instrumentos que lo que busca no es «calificar» al alumno sino sencillamente -aunque parezca difícil- es ir mantenido informado al alumno de los avances de sus aprendizajes y -de paso- haciendo reflexionar al docente sobre algún cambio metodológico o didáctico para que el alumnos acceda a los conocimientos o habilidades que aún no tiene.

Este tipo de evaluación va acompañando el proceso. La mayoría de las veces se tratará de una autoevaluación, en la que sea precisamente el alumno el que reflexiona sobre qué es lo que ha aprendido, cómo lo ha aprendido y si puede transferir ese aprendizaje a otros ámbitos.

También el docente tendrá que establecer de antemano cuales son los criterios que tomará en cuenta a lo largo del curso que le vayan dando señales claras de que el alumno está alcanzando los objetivos previstos o efectuar los ajustes necesarios si no los va haciendo.

Para poner un ejemplo no educativo, la evaluación del aprendizaje sería como indicarle
a alguien el camino a Mar del Plata, y esperar en el km. 404 de la RP 2 para ver si llegó o no.
La evaluación para el aprendizaje podría ejemplificarse como sentarse con ese alguien en el auto, indicarle si va muy rápido, muy despacio, si debe frenar, si equivocó el camino, si se está saliendo del carril, etc.

Desde luego que este tipo de tarea lleva mucho más tiempo y esfuerzo que únicamente sentarse al final de cada trimestre a tomar una evaluación escrita para «cumplir» con la obligación de calificar al alumno cada determinado período. Pero en la práctica este último sistema -como ya hemos hecho notar- no sólo no mejora el aprendizaje sino que ni siquiera sirve para acreditar que el estudiante ha adquirido los conocimientos o habilidades sobre los que los estamos evaluando.

El cambio de óptica para evaluar, produce automáticamente un cambio de óptica para centrarse siempre en lo que el alumno aprende, y no en lo que los docentes supuestamente enseñamos.

¿Quién es el innovador?

En los últimos tiempos, muchos expertos vienen hablando de la necesidad de realizar una importante innovación educativa, o -mejor que ésto- adquirir un espíritu de innovación ya que ésta no un es proceso que uno pueda dar por finalizado en algún momento.
Desde luego que comparto al opinión de los expertos, pero en general los mismos que nos proponen teorías y metodologías realmente innovadoras, suelen adolecer de un «pequeño» problema: o bien nunca estuvieron a cargo de un curso de alumnos de primaria o secundaria durante todo un período escolar, o bien la última vez que estuvieron al frente de un alumno de estos niveles fue en el Museo de Ciencias Naturales, contemplando figuras de cera, hace unos 25 años.
Es decir, tengo la sensación que cuando leo o escucho la opinión de «los expertos» dicen cosas realmente interesantes y útiles, pero rara vez aplicable a los contextos específicos de cada escuela.
También me ha pasado en varias oportunidades estar en presencia de un «experto innovador», que da clase en los niveles universitarios o incluso conferencias de la misma manera que lo hacía hace 50 años, y nos cuenta en esa conferencia como debemos hacer para ser innovadores, en vez de mostrarlo.
Me han contado -e incluso mostrado filmaciones- alumnos de maestrías en educación, que tienen por profesores a famosos autores de libros de innovación que tienen que clavarse un alfiler en la pierna para no dormirse mientras el supuesto amo de innovación dicta una suerte de clase magistral.
Los que realmente son innovadores son los docentes y directivos de las escuelas concretas, de las aulas concretas que sin utilizar un lenguaje académico (ahora resulta que no evaluar exclusivamente contenidos sino también habilidades se lo llama «infusión») utilizan lo que está a su alcance para poner el centro en el aprendizaje del alumno -y no en la enseñanza-, que buscan desarrollar habilidades a través de los contenidos y no se quedan en ellos, que aplican distintas dinámicas y metodologías en función de los alumnos que tienen enfrente, etc.
Los congresos de innovación deberían estar plagados de docentes contándonos buenas prácticas que se han tomado la molestia de registrar y evaluar resultados e impacto sobre el real aprendizaje de los alumnos, en lugar de expertos que nos cuentan lo que «habría que hacer» y rara vez lo han practicado.
Donde se producen las innovaciones es en las aulas y las escuelas y no en los libros y conferencias.
Eso no quiere decir que no puedan sacarse brillantes ideas para trasladar a las escuelas sobre las teorías innovadoras, pero pensar que los verdaderos innovadores son los expertos está lejos de reflejar lo que es la realidad de la escuelas.

¿Comprensión lectora o comprensión a secas?

Desde hace mucho tiempo se viene midiendo y hablando de la escasa comprensión lectora de nuestros alumnos. Redondeando los resultados un poco más de la mitad de los que egresan de la secundaria son incapaces de comprender lo que leen. Las universidades tienen que poner cursos de nivelación para que los alumnos adquieran esta elemental habilidad. Además, es una de las mayores preocupaciones que expresan los expertos cada vez que tienen oportunidad, y lo ven como causa de muchos problemas ulteriores.

Pero estoy convencido, por haber realizado muchas veces la comprobación empírica, que la falta de compresión de los alumnos excede lo «lector» e incluye lo «auditivo»: los alumnos no sólo no entienden lo que leen sino que tampoco entienden lo que escuchan.

En numerosas oportunidades he realizado “micro-investigaciones” con alumnos tanto del nivel secundario o terciario como del universitario: darles un texto breve (no más de tres párrafos), pedirles que extraigan las ideas principales y luego repetir el proceso leyéndoles un texto similar. Resultado casi idéntico: lo mismo que “no entendieron” leyendo, “no lo entienden” escuchando, con pequeñas diferencias en uno u otro sentido que son estadísticamente descartables.

Me ha pasado incluso de estar dando talleres de perfeccionamiento para docentes o directivos y utilizar alguna palabra que era central para entender algún concepto, que nadie reaccionara naturalmente, y al detener la actividad y preguntar qué significa tal palabra no recibir ninguna respuesta. Ni siquiera la escuela nos acostumbra a decir la mágica frase “no entiendo” o “qué quiere decir tal cosa” cuando ésto sucede.

En una capacitación, utilicé un texto de Graciela Frigerio que utiliza una frase en francés y nadie –eran 120 entre directores y docentes- preguntó que significaba. Cuando oralmente pregunté qué quería decir tampoco nadie supo contestarlo. No comprendo pero no importa…

Si realmente el problema fuera la comprensión lectora con bajar una app que «leyera al alumno» lo que está escrito –existen montones de ellas gratuitas- el problema estaría solucionado. Y de hecho hay algunos docentes que, con ánimo de ensayar alguna innovación para que los alumnos mejoren en este aspecto, les han sugerido utilizar este tipo de apps a la hora de leer textos técnicos. Pero esta metodología, con alguna excepción, no ha producido los resultados esperados y en algún caso también ha empeorado los niveles de comprensión. Lo único que esto ha demostrado es que la habilidad que no tienen desarrollada es la de la comprensión en general, y no exclusivamente la lectora.

También es notable ver cómo en la enseñanza de idiomas –por ejemplo inglés- hacen ejercicios de listening (escucha) ya que no dan por descontado que los alumnos entienden lo que escuchan: en nuestra lengua madre este tipo de actividades no se realizan pues se descuenta –equivocadamente- que el alumno “debe entender” lo que escucha en su lengua materna.

Esto nos lleva a pensar cómo mejoramos la compresión en general -no sólo la lectora- en los alumnos.

Y para esto hay dinámicas que existen desde hace muchos años: ampliar su vocabulario, hacerlos reflexionar sobre sus aprendizajes y avanzar desde habilidades más elementales -observar, ordenar, discriminar- hacia las más elevadas -juzgar, emitir un juicio crítico, expresar sus ideas-

Afortunadamente hay docentes que utilizan estas metodologías, como buscar para cada clase un par de palabras “nuevas” y al poco tiempo de decirlas –los alumnos no suelen reaccionar- parar la lección y preguntar qué quieren decir esas palabras, ver su etimología, palabras relacionadas, etc. de modo de ampliar el vocabulario al mismo tiempo que los lleva a reflexionar.

También pedir con cierta frecuencia a los alumnos que digan con sus palabras una idea que ha sido antes transmitida, o señalen un ejemplo, o un contraejemplo.

Todo lo que ayude al alumno a comprender la información que le llega por el código que le llegue es innovador, porque apunta a solucionar un problema que hasta ahora se ha sesgado a la comprensión lectora.

Si seguimos anclados en que el problema se circunscribe a la compresión lectora, estaremos perdiendo un valioso tiempo en tratar de mejorar la habilidad de base -comprender- y desperdiciaremos medios pedagógicos que ayudan a que los alumnos realmente adquieran esta competencia. Hay docentes que habiendo comprendido esto, trabajan para la compresión general con gran éxito.

Hagamos primero que los alumnos comprendan lo que escuchan y paralelamente trabajemos la habilidad de comprensión lectora, pero no diagnostiquemos equivocadamente que el problema es solamente el segundo.

DIPLOMA DUAL EN ARGENTINA

CN23 ver video aqui

Toma de Colegios en Economia A Hora

Economia A Hora. Argentinísima satelital ver video aqui